El progreso que se aprecia cuando observamos el desarrollo de la materia, en general, resulta manifiesto cuando nos fijamos en la evolución de los seres vivos; su movilidad, su ecumenismo, su evidente ordenamiento en una escala que va desde lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior, son hechos que han atraído la atención de innumerables pensadores a lo largo de toda la historia de la humanidad. Pero fue Charles Darwin el primero en dar una explicación materialista, científica, fundamentada y coherente, de la evolución biológica, una explicación de la transformación de las especies y de su origen; con su obra podemos decir que comienza la biología científica.
Sin embargo, y siempre dentro de este contexto revolucionario y científico de su teoría, justo es reconocer algunos de sus errores más destacados. K. Marx y F. Engels, públicos admiradores y defensores de la obra de Darwin, ya hicieron en su tiempo algunas observaciones críticas a los puntos más débiles e ideologizados de la teoría darwinista, que consideraremos más adelante. Esta crítica no tiene, desde luego, nada que ver con las interpretaciones realizadas por algunos sectores neodarwinistas de la obra de Darwin, que han llevado hasta tal punto las deformaciones de su teoría, que ésta resulta irreconocible.
Roto el mito teológico de la inmutabilidad de las especies y demostrada su variabilidad y sus transiciones de unas a otras, la tarea más importante a la que se enfrenta, incluso hoy día, la ciencia biológica consiste en buscar las causas que producen esa variabilidad biológica y esas transiciones y, en fin, explicar por medio de ellas la evolución de los seres vivientes. Esta tarea, de la que se ocupó Darwin -aunque no pudo resolverla-, enfrenta en la actualidad a las diversas escuelas filosófico-biológicas, las cuales se disputan la verdad del hecho evolutivo desde posiciones a veces encontradas y otras antagónicas. Es un hecho reconocido que existen tantas de esas escuelas como tantas son las causas atribuibles a la variabilidad de las especies y a su evolución.
Dos concepciones fundamentales y opuestas sobre la interpretación del hecho evolutivo sobresalen de las demás: una, metafísica, que hace hincapié en la inmutabilidad de las especies; otra, dialéctica, que pone el acento en sus transformaciones. Sus profundas connotaciones ideológicas y políticas alcanzaron, en otro tiempo, altas cotas de virulencia, llegando a ser parte no sólo de la lucha de ideas a nivel teórico y práctico de la biología, sino hasta una manifestación más de la lucha de clases. Así resultó ser la polémica desatada después de la II Guerra Mundial entre el biólogo Lysenko y sus partidarios, contra sus adversarios mendelistas, weissmanistas y morganistas, polémica que terminó por convertirse en una verdadera lucha a nivel de estados y sistemas sociales. Si bien aquel episodio se consideró zanjado, es frecuente encontrar discusiones que nos lo recuerdan, lo que nos demuestra que el fondo filosófico-biológico de aquel debate aún perdura, de una u otra forma, en las distintas escuelas evolucionistas.
Y esto ocurre así pese a que reconocidos biólogos insistan, tan obstinada como inútilmente, en la necesidad de deslindar lo biológico de lo filosófico, cosa por lo demás imposible -hasta que la ciencia no llene, claro está, por medio de la abultada abundancia de datos, pruebas y fenómenos de todo tipo, las lagunas que se ve obligado a llenar el pensamiento con sus hipótesis y conjeturas-. También es frecuente observar cómo los que más insisten en ese deslindamiento son luego los primeros en emprender santas cruzadas contra el materialismo y la dialéctica con claros propósitos ideológicos y hasta políticos.
No es, pues, nuestra intención avivar viejas polémicas, aunque necesariamente tendremos que remitirnos a ellas; únicamente pretendernos criticar, desde posiciones filosóficas, algunos de los aspectos más destacados de la ciencia biológica moderna, así como algunas teorías actuales que nos ha sido posible conocer, al tiempo que demostrar la vigencia del pensamiento materialista y dialéctico en este campo de las Ciencias Naturales.
Adaptación, especiación y evolución de la materia viva
La materia viva -dice Oparin- jamás permanece en reposo, sino que se halla en constante movimiento, se desarrolla y, a través de este desarrollo, pasa de una forma de movimiento a otras nuevas, cada vez más perfectas y complejas. La vida, concretamente, representaría una forma especial, muy complicada, de movimiento de la materia, que habría surgido como propiedad nueva en una determinada etapa del desarrollo general de la materia (1).
Aunque la materia viva puede, en general, adoptar las más variadas formas, su constituyente esencial es el individuo. Si bien la fisonomía de cada individuo consiste en sus caracteres morfológicos externos, éstos únicamente se pueden explicar cuando se consideran dentro de la totalidad de los procesos internos y externos del desarrollo individual. Solamente el conjunto aclara las cualidades específicas de que es portador cada ser vivo, los rasgos peculiares que lo diferencian de los demás. De aquí se desprende que tanto la forma como el contenido, tanto el genotipo como el fenotipo, los caracteres morfológicos como los fisiológicos, etc., son inseparables entre sí en su unidad.
Darwin así lo hace notar cuando dice que al considerar las transiciones entre los órganos hay que tener presente la posibilidad de conversión de una función en otra (2). Esto quiere decir que una modificación en una parte de un ser vivo acarreará cambios en las demás partes, porque tanto las partes como el conjunto deben hallarse en correspondencia, no sólo con su medio, sino también entre sí.
A nivel particular, la naturaleza del tipo de metabolismo de un individuo viene determinada, en última instancia, por el tipo específico de intercambio material que realiza con su medio concreto, en el que habita y se desarrolla. Por este motivo, la actividad metabólica de los seres vivos es, a la vez, causa y efecto de su automovimiento. De donde se desprende que los procesos metabólicos que pugnan en su interior forman una unidad contradictoria, de los cuales la contradicción que existe entre los procesos anabólicos (de construcción) y los catabólicos (de destrucción), que se plantea y resuelve constantemente, es la principal. Mientras los organismos están en la etapa de crecimiento y desarrollo, son los procesos de construcción -anabólicos- los que priman, los que constituyen el aspecto principal de esa contradicción; por el contrario, en la decrepitud sucede al revés, por lo que los procesos de degradación -catabólicos- conducirán a la larga al organismo a su muerte.
Para comprender el estado presente de la materia viva se hace necesario considerar, ante todo, a los seres vivos, o a las especies, en su movimiento y desarrollo, en sus cambios y transformaciones, y como resultado de una larga evolución que va de lo simple a lo complejo. Las especies son, de manera parecida al pensamiento, y como decía Engels, un producto histórico que en determinados períodos adoptan formas diferentes y contenidos diversos. Una de las principales propiedades de la materia en general, y de la materia viva en particular, es que jamás adopta una forma definitiva, pues nunca detiene su avance en un determinado punto de su evolución, sino que permanece en constarte movimiento y cambio.
La divergencia es el inicio de la transformación de unos individuos de una especie en otra distinta. Las variedades, o especies en formación, difieren de la especie madre en una serie de rasgos que tienden a acentuarse todavía más en el curso de las generaciones futuras. Esto no quiere decir que los individuos de la variedad no puedan sufrir otro tipo de modificaciones, sino que como observa Darwin, se diferencian de la especie originaria principalmente en esos caracteres (pg. 73). Junto a esta diferenciación, destaca también el conjunto de caracteres comunes observados en las especies de un género o clase, transmitidos por herencia, y que revelan su comunidad de origen y su descendencia de un antepasado común. En cambio, los caracteres específicos ce cada especie nos revelan las transformaciones acaecidas en su transición de una forma a otra. Estos caracteres específicos, relativamente recientes si tomamos como fondo el contexto de la evolución, han sido adquiridos gracias a la multifacética diversificación de los medios que lleva aparejada una especialización creciente. Así, y dentro de cada género o clase, encontramos que un mismo miembro u órgano -de las distintas especies- está adaptado a los fines más diversos, modificado de acuerdo con sus particulares condiciones de existencia.
Esta comunidad de origen (el progenitor de todo el grupo) y esta diversidad específica ha sido demostrada palpablemente por la embriología y la paleontología. Las diferentes fases por las que pasa el desarrollo embrionario señalan, en líneas generales, la trayectoria de los cambios, la historia resumida de la evolución (que culmina en una especie determinada) y las necesarias transiciones adaptativas.
Escribía Engels que la teoría de Cuvier sobre las revoluciones en la tierra, en su superficie y en las plantas y animales, fue revolucionaria de palabra y reaccionaria en su esencia, pues en lugar de una sola creación divina, ponía toda una serie de actos de creación repetidos, con lo cual convertía el milagro en un agente natural esencial (3). Darwin se oponía a los naturalistas que mantenían que las especies aparecían de repente mediante variaciones únicas, asimilando esta explicación con las creaciones divinas. Desde un punto de vista científico -dice Darwin-...con creer que de formas antiguas y muy diferentes se desarrollaron de repente, de un modo inexplicable, formas nuevas, se consigue poquísima ventaja sobre la vieja creencia de que las especies fueron creadas del polvo de la tierra (pg. 662), añadiendo en otra parte que las especies nuevas no se manifiestan súbitamente y por modificaciones que aparecen de una vez (pg. 334).
Si bien Darwin se oponía a los saltos en el vacío que pregonaban algunos autores de su época, y que hoy día algunos retoman, es necesario observar que sea cual fuere la continuidad progresiva en la evolución, la transición de una especie a otra es siempre un salto, un cambio decisivo. O, como dijera Hegel: ... las variaciones del ser en general no son sólo el traspasar de una magnitud a otra magnitud, sino un traspaso de lo cualitativo a lo cuantitativo y viceversa, un devenir otro, que es un interrumpirse de lo gradual, y el surgir de un otro cualitativo, frente a la existencia antecedente (4).
Si en torno a la filogénesis de las especies hay poco que discutir, pues se trata de un hecho aceptado universalmente, no ocurre lo mismo cuando se consideran las causas que la provocan. Darwin pone el acento en la naturaleza del organismo, contra la naturaleza del medio, al que atribuye menor importancia. Es cierto que a un organismo muy especializado, como un depredador, le resultaría prácticamente imposible desandar, por variación, todo el proceso evolutivo plasmado en su herencia, hasta quedar rebajado, digamos, a la condición de un herbívoro. Esta es la idea que apuntaba Engels cuando no negaba que cada progreso en la evolución orgánica sea al mismo tiempo una regresión, una evolución que fija una evolución unilateral y excluye la posibilidad de la evolución en muchas otras direcciones (5). Este es un aspecto propio del material hereditario que, en la medida que tiende a conservar los caracteres adquiridos y a mantener en consonancia todas las peculiaridades de una especie imposibilita, por esta razón, determinados cambios concretos. Pero no se debe perder de vista en ningún momento que cada variación significativa del medio origina el comienzo, en el seno de cada especie, de modificaciones en determinadas direcciones, de transformaciones sustanciales. Las variaciones que modifican la herencia, y que la herencia canaliza, son promovidas por el medio -quien las determina, aunque en último grado-, no por la herencia de por sí; ésta a cuanto más llega es a recombinar el material hereditario, por lo demás muy limitado, y a imponer ciertas pautas a la futura evolución, al tiempo que ofrece ciertas capacidades de adaptación.
Por todo ello decimos que los individuos, en tanto son los agentes y los sujetos del cambio, son la parte activa dentro de las variaciones suscitadas por el medio, que es más bien la parte pasiva. Pero en cuanto cada individuo se adapta en correspondencia a las nuevas condiciones del medio, es éste el que determina en última instancia qué caracteres, comportamientos, etc., son beneficiosos y cuáles perjudiciales. Estos dos aspectos explican: 1°) cómo el mismo individuo resulta modificado de modo distinto ante condiciones del medio diferentes; 2°) cómo, ante idénticos cambios en sus medios, distintas especies resultan afectadas de forma diferente, y 3°) cómo especies pertenecientes a líneas filogenéticas divergentes sufren modificaciones fenotípicas similares ante medios particulares similares (por ejemplo, la convergencia evolutiva de marsupiales y placentarios). De aquí que los organismos determinen en primer grado los cambios, pues como parte activa los sufren, pero el medio los ordena, pues como parte pasiva los impone.
En este mismo sentido se podría apreciar qué variaciones son duraderas y cuáles no. Darwin trataba de explicar las variaciones duraderas únicamente por medio de la herencia. Efectivamente: si las variaciones no son asimiladas por la herencia, entonces no se transmiten a la descendencia y se pierden. Pero esto es sólo el resultado de un primer encuentro entre la variación y el material hereditario, una apreciación momentánea de la herencia. La misma herencia, aunque en un primer momento no pueda asimilar una cualidad definida, no está imposibilitada de hacerlo más adelante debido a los cambios en el material hereditario, a su reorganización, especialización y diversificación.
En la herencia de los seres vivos podemos distinguir dos partes: la que porta los caracteres más antiguos -llamados genéricos por Darwin- y que son el resultado de la adaptación de los antepasados de la especie a las condiciones de su época, y la que contiene los caracteres más recientes -a los que Darwin dio el nombre de específicos- y que son consecuencia de la adaptación de la especie a las condiciones modernas del globo. Gracias a la adaptación, los seres vivos adquieren nuevos caracteres específicos, modifican la herencia, convierten lo que en su momento fue útil en inútil o lo transforman en una cualidad nueva, etc. Con el transcurso del tiempo, algunos de los caracteres específicos se irán consolidando como genéricos, los genéricos más antiguos formarán la historia del desarrollo del tronco familiar, mientras los demás se pierden en el proceso evolutivo, etc. La herencia se transforma, así, en el curso del proceso evolutivo de la materia viva.
Parte de los defectos que contiene la teoría darwinista los reconoció el mismo autor después de editada su obra. Así, dice el mismo Darwin que el mayor error que he cometido consiste en no atribuir una importancia suficiente a la acción directa del medio, como el alimento, el clima, etc., independiente de la selección natural (pg. 20), y que los cambios cualitativos sean un hecho irreprochable del proceso evolutivo, como le había demostrado el naturalista Jenskins. Sin embargo, no admitió -que se sepa- el error consistente en hacer de la selección natural una mera interpretación malthusiana, sin duda, uno de los más importantes defectos de su teoría.
En esta dirección iba la crítica que Engels hacía a la lucha por la existencia, cuyo producto sería la selección natural. Decía Engels que esa lucha debía limitarse a la que resulta de la superpoblación de animales y plantas, pero que debía separarse con nitidez de las que resultan sin esa superpoblación, donde las condiciones del medio físico provocan las alteraciones, careciendo de importancia la presión que en esta situación puedan ejercer los miembros de la población. Engels añadía, al mismo tiempo, que los términos adaptación y herencia de Haeckel podían llevar adelante todo un proceso de evolución sin necesidad de la selección y el malthusianismo.
En efecto, Darwin consideraba que la relación de unos organismos con otros es la más importante de todas (pg. 654), colocando de esta manera a la selección natural como mero producto de la lucha por la existencia. Así, la selección natural y la evolución aparecían como el resultado exclusivo de la contradicción entre los organismos, no de la contradicción de las especies con sus medios, donde no sólo se encuentran organismos. La importancia directa del medio físico, del entorno químico, físico, es desde luego diferente según se trate de animales o plantas, seres superiores o inferiores, etc.; pero este aspecto no modifica la cuestión esencial. Según confirma la geología histórica, a lo largo de las eras geológicas la fisonomía del planeta ha cambiado en varias ocasiones. Y fueron los cambios bruscos desencadenados en la atmósfera, la hidrosfera y el suelo los que modificaron drásticamente la flora y la fauna.
La relación interorganismos no se debe considerar desligadamente del resto de relaciones de todo ser vivo, de las relaciones con su medio, del papel de la herencia en la adaptación a un medio concreto, de las consecuencias que el comportamiento y la adaptación a un determinado medio tienen para la herencia, etc. Es evidente que la relación interorganismos es una primera causa de variación, pero en cuanto tiene como trasfondo las relaciones organismo-medio, únicamente acelera o retarda los procesos de formación y extinción de las especies. Cuando una especie se extingue, esto realmente sucede como resultado de su incapacidad de adaptarse a las modificaciones de las condiciones del medio consideradas en su conjunto.
En este sentido se encuentran las observaciones de F. Cordón, para quien es necesario dar un paso más a lo ya avanzado por Darwin (el medio, como las especies que se relacionan con la especie considerada) y por Pavlov (el modo de reaccionar mutuamente los individuos), y considerar que el mantenimiento de un ser exige procesos ambientales dirigidos y estables, y que la evolución de un ser exige la evolución congruente de sus procesos ambientales. De aquí que: La fauna y la flora, en su conjunto, están sometidas a un único proceso de evolución integrada (6). Claro que esto no es óbice para perder de vista el papel fundamental que jugó la formación de la corteza terrestre, etc., en la configuración de los troncos filogenéticos fundamentales de los seres vivos.
La selección natural no es, pues, consecuencia de la lucha por la vida, sino el resultado de la adaptación de las especies; es cierto que la relación entre organismos, cuando esta relación alcanza el nivel de competencia, termina por decidir cuál de las especies y variedades de un medio determinado se ajustan más a ciertas condiciones particulares. Pero, por contra, solamente el conjunto de condiciones y contradicciones en que viven los seres vivos es el que determina en sus diferentes aspectos la adaptación. La selección natural presentada como lucha por la vida pone el acento en el carácter fortuito, esporádico, momentáneo y pasajero de la evolución, por lo que puede explicar la variedad en formación o la tendencia particular; digamos, el movimiento evolutivo instantáneo. Sin embargo, la adaptación, en cuanto insiste en las características totales de los seres vivos y en las circunstancias constantes del clima, el suelo, el agua, etc., puede explicar con más facilidad el carácter permanente de la evolución; digamos, la trayectoria del movimiento evolutivo. De aquí la necesidad de conjugar estos dos aspectos como parte del mismo proceso, y concebir la selección natural no sólo como presión de unos organismos sobre otros en el sentido de las tesis demográficas de Malthus y de la doctrina de Hobbes sobre la guerra de todos contra todos, sino, sobre todo, como adaptación, con lo que la evolución aparece como un resultado activo de la adaptación, no como una consecuencia pasiva de la selección natural.
Los seres vivos, animales y vegetales, rara vez entablan una lucha a muerte entre sí; más bien llama la atención la significativa y destacada cooperación natural entre las especies, imprescindible si se tiene en cuenta la especialización creciente del desarrollo evolutivo, que las especies superiores se apoyan en las inferiores y que la biosfera forma un conjunto retroactivo cerrado. Precisamente sobre esta armonía natural es como podemos comprender la lucha y el papel de las contradicciones en el proceso evolutivo. Pero no conviene pasar por alto que la armonía es sólo temporal y relativa, mientras que la lucha y la transformación son de carácter absoluto, permanente. Según sea la pugna entablada entre la herencia y la adaptación, o entre el individuo y su medio, así serán la profundidad de los cambios y la relativa armonía reinantes, pues es de esta pugna de donde nace la necesidad de la transformación de las especies. Las nuevas especies creadas mantienen un nuevo grado de armonía con el medio, en base a las nuevas contradicciones surgidas, prolongando su existencia gracias a su transformación.
Las especies modernas no han sobrevivido por derrotar y aniquilar a las otras, sino por haberse adaptado mejor al conjunto de condiciones específicas de los distintos medios, donde son a la vez parte del medio de las demás. Unas especies darán lugar a otras, que las sustituirán, y así, ciclo tras ciclo, la materia viva se enriquece en múltiples direcciones, ya que con la especialización un territorio es mejor explotado, y se incrementa la masa de la materia viva.
Darwin concede desmesurada importancia a la relación interorganismos, descuidando bastante la importancia crucial que tiene la relación de las especies con su medio, que es la única que puede explicar tanto la aparición de los reinos vegetal y animal, como sus clases y órdenes fundamentales. De todas maneras, no restamos importancia a la dependencia que mantienen los individuos respecto del conjunto y cada especie respecto de las demás; tanto es así que cuando se dan condiciones para una rica interinfluencia entre ellas, estas dependencias se convierten en el verdadero factor decisivo, mientras que el papel del medio físico, químico, etc. aparece, a primera vista, inapreciable. Son estas condiciones, a nuestro entender, las que explican la gran diversidad de variedades dentro de cada variedad fundamental.
En nuestra opinión, plantear el problema principal de la evolución como el desarrollo de la contradicción entre los seres vivos y su medio abarca más de lleno la cuestión debatida que si se hace en torno a la supervivencia del más apto y la selección natural. Si se hace de aquella manera la selección natural aparece como el resultado de la lucha entre la herencia y la adaptación que, en cada situación concreta, se resuelve en base a determinadas características del medio (químicas, físicas, etc., y de las otras especies) y a las propias características de la especie considerada (genéticas, morfológicas, adaptativas, etc.), mientras que la supervivencia del más apto aclararía muy poco, o nada. Darwin demostró la evolución de las especies a partir de las variaciones individuales, pero no se detuvo en el origen de estas variaciones, pues, como él mismo explica, la selección natural comprende la conservación de las variaciones, no su origen. Razón de más para que el problema principal que se plantea actualmente sea, precisamente, el problema de la adaptación, tal como dice C.H. Waddington, y no el problema de la reproducción y del malthusianismo, que dejan a un lado los problemas esenciales, y no contribuyen directamente por sí mismos a la solución de los problemas principales (7).
C.H. Waddington coloca en primer lugar, como problema que debe resolver el futuro inmediato de la teoría de la evolución, el de la relación entre herencia y medio ambiental. El antiguo problema -dice- sobre la relación entre herencia y medio ambiental en la evolución (descrito con frecuencia, aunque algo incorrectamente, como el problema de lamarckismo) ha sido, creo yo, ampliamente esclarecido al quedar sentado que la capacidad de un organismo para responder al hostigamiento del entorno durante su desarrollo es, ella misma, una cualidad hereditaria. Además, la demostración de que la conjunción de este hecho con el de la canalización del desarrollo da lugar a procesos de asimilación genética -debido a los cuales el efecto de una ‘herencia de características adquiridas’ puede ser exactamente imitado- ha hecho desaparecer toda la vehemencia de la antigua discusión (8).
La canalización del desarrollo de un organismo a través de su medio conduce a procesos de asimilación genética, es decir, a una adaptación genética a las vías que abre su desarrollo, gracias a la capacidad que tienen los organismos para responder al hostigamiento del entorno que, a la postre, es una cualidad hereditaria. Es tarea de la biología encontrar los mecanismos concretos que hacen posible este proceso y aclarar el papel que realiza y la importancia relativa que tienen, en cada uno de estos mecanismos, los diferentes factores que intervienen en el proceso evolutivo.
Es conveniente, no obstante, que reflexionemos sobre estos procesos de asimilación genética donde, el efecto de una ‘herencia de características adquiridas’ puede ser exactamente imitado.
Waddington atribuye cualidades hereditarias a la capacidad que poseen los organismos para responder al hostigamiento del entorno, capacidad que necesariamente se materializa en determina dos rasgos o caracteres adquiridos por el individuo durante su desarrollo, en respuesta a determinadas presiones de su medio. Esta idea es semejante a la expresada por F. Cordón, para quien el progreso de generación en generación, de los caracteres adquiridos propios de una especie (de la eficacia de la conducta de sus individuos para adaptarse a su medio), se explica por el hecho de que -con mayor o menor precisión- los hijos tienden a reproducir, aunque no los caracteres adquiridos por los padres, sí la capacidad de adquirirlos (9), admitiendo además que los caracteres adquiridos -algo que, sin duda, no se transmite a la descendencia- determinan, no obstante, la dirección en que va a evolucionar la especie, de generación en generación... (10). Está claro que estas ideas generales se pueden extender a las especies vegetales si, salvando las distancias, tenemos en cuenta las particulares circunstancias de éstas.
Nosotros queremos señalar, sin embargo, las diferencias y las similitudes que existen entre heredar un carácter adquirido y heredar la capacidad de adquirir tal carácter. La diferencia esencial entre una y otra idea radica en que heredar un carácter adquirido significa que ese carácter ya viene depositado, como tal carácter y por medio de la misma herencia y de una generación a la siguiente, en la descendencia individual desde el mismo momento del nacimiento; en cambio, heredar la capacidad de adquirir un carácter sólo significa que la descendencia individual posee la facultad de adquirir tal carácter, y que únicamente lo adquirirá si se somete al individuo, en el medio y en el seno de su especie, a las presiones u hostigamiento del entorno. Si sobre estas diferencias no existe confusión, creemos, por el contrario, que sí existen en cuanto a las similitudes. Desde el momento que se admite la canalización del desarrollo, como hace Waddington, o la determinación de la dirección evolutiva de la especie y el progreso de los caracteres adquiridos, como hace Cordón, estamos admitiendo que se hereda algo más que mera capacidad, pues en la medida en que la capacidad está materializada en algo concreto (sistema neuro-muscular, determinados órganos, etc.), y en la misma medida en que progresan (cambios en ese sistema, órganos, etc.), se heredan esos cambios adquiridos por los individuos. Es decir, no sólo se hereda la capacidad, sino también, lo que es más significativo, los cambios en esa capacidad o, hablando más apropiadamente, se hereda la canalización, la tendencia, la dirección, el movimiento evolutivo como tal, en cuanto las condiciones que la originan persisten: las condiciones concretas de existencia de las especies y sus medios. Por lo tanto, se puede hablar de la herencia de caracteres adquiridos -como proceso dirigido o canalizado por el medio ambiente- en la perspectiva de la especiación y la evolución biológicas, siempre y cuando este proceso llegue a su término -lo que requiere de la persistencia de determinadas condiciones-; de ahí las palabras de Waddington de que tal efecto puede ser perfectamente imitado. Por lo contrario, es más preciso hablar de herencia de capacidades adaptativas en la perspectiva de la simple reproducción.
De manera general, y volviendo de nuevo a las características fundamentales del proceso evolutivo, podemos decir que el papel primordial, que en determinado momento juega la herencia, lo puede jugar, en otro momento, la adaptación. De ahí que -como dijera Engels-, al mismo tiempo que se puede considerar a la herencia como el lado positivo y conservador, y a la adaptación como el lado negativo que destruye continuamente lo que heredó, haya que considerar a la adaptación como la actividad creadora, activa, positiva, y la herencia como la actividad resistente, pasiva, negativa (11). Añadía el mismo autor materialista que: La dialéctica, que de igual manera no conoce líneas rígidas, ningún ‘o bien... o si no’ incondicional, de validez universal, y que franquee las diferencias metafísicas fijas, y que además del ‘o bien... o si no’ reconoce también, en el lugar adecuado ‘tanto esto... como aquello‘ y reconcilia los contrarios, es el único método de pensamiento adecuado, en más alto grado, para esta etapa (12). Esta reconciliación de los contrarios de la que habla Engels se observa viendo cómo la adaptación al entorno conlleva procesos de asimilación genética que facilitan, posteriormente, un nuevo tipo de adaptación; o cómo la herencia impide determinados tipos de adaptación, favoreciendo otros que, asimilados, se convierten en material hereditario. Si bien esto sucede siempre de esta manera, hay que tener en cuenta que, en determinadas condiciones del proceso evolutivo, prima la asimilación genética de las capacidades adaptativas o, por otro lado, lo que prima es el despliegue de las posibilidades hereditarias adquiridas. En el primer caso estaremos ante unas transformaciones sustanciales; en el segundo, ante una realización de variedades. En el proceso evolutivo estos dos casos se suceden ininterrumpidamente, dando lugar a ramas colaterales, que originarán árboles filogenéticos, etc. Y en la mutua acción entre seres vivos y medios, ambos se diversifican, el medio por la acción de los seres vivos, y los seres vivos por el cambio del medio.
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